Vinilo, cuero, terciopelo, encaje, tules y grandes volados y capas. Corsets y vestidos del siglo diecinueve… todos en negro o, tal vez, en algún borgoña, púrpura o violeta. Son los principales comodines de la estética gótica, esa que sabe vestirse de fiesta a toda hora del día.
La diseñadora de ropa gótica Noemí Maldasvsky define este estilo en pocas palabras: “tiene una carga muy fuerte de fantasía, todo un mundo imaginario detrás que se refleja en los maquillajes marcados, en el pelo, en los accesorios y que se opone a la sociedad que quiere pasar desapercibida. La moda gótica es muy YO, éste es mi personaje, acá estoy yo y esta soy yo”.
La lista del guardarropas continúa: lencería que se deje ver, un vestido de novia del siglo XIX o XX y cuanto más corroído mejor, medias o camisetas de red, cadenas y collares de plata, tatuajes y piercings, borceguíes altos y botas puntiagudas, símbolos egipcios como el Ojo de Ra o el Pentáculo, todo enmarcado en un maquillaje sólo en blanco y negro.
Entre los hombres, un look común está formado por camiseta red, pantalón de cuero o vinilo y botas. Entre las damas, un corset con ballenas gruesas o una camiseta red con sostén negro debajo y una larga falda aterciopelada.
La enumeración de prendas y accesorios más vistos y usados entre siniestros puede seguir ad infinitum, pero lejos está del concepto de uniforme: “existe mucha desinhibición y creatividad a la hora de vestirse, lo importante es que esa expresión sea propia y no salida de una revista o manual de instrucciones tipo 100 claves para ser gótico” me dijo hace un tiempo María, una amiga gótica que ahora anda por Granada.