Durante los meses de invierno, nuestro cabello se encuentra expuesto a ciertas circunstancias que afecta muy negativamente a su cuidado. El cambio constante de la temperatura, el frío, la humedad o el viento, hace que el cabello sufra más durante esta época del año. La bajada de las temperaturas, produce un efecto de efluvio telógeno con la caída y muda del pelo, pasando de uno fino durante el verano, a uno más gruego.
Este efluvio telógeno exige una necesidad energética mayor para nuestro organismo, ya que éste tiene que volver a gastar nutrientes, vitaminas y oligoelementos en crear de nuevo ese pelo y mantenerlo sano. Por ello, será fundamental mantener una alimentación equilibrada basada en cereales y frutos secos, que nos ayudan a incrementar el aporte de vitaminas del grupo B, necesarias para la regeneración y vitalidad del pelo como la biotina; alimentos ricos en oligoelementos como el magnesio, el zinc o el silicio; así como proteínas para generar los aminoácidos que el folículo necesita para la queratinización del tallo, que harán que nuestro pelo tenga menos encrespamiento y se rompa menos.
Factores externos que afectan al cabello
También existen otros factores externos que pueden afectar a la salud de nuestro cabello. Aquí nos encontramos la calefacción, la polución o el frío extremo. Estos elementos hacen que las glándulas sebáceas del cuero cabelludo disminuyan, llevando al pelo a que se resienta y se encuentre menos nutrido. Además, el calor extremo tampoco le va bien, ya que puede hacer que el pelo sea más quebradizo.
Para cuidar nuestro pelo durante esta época del año es recomendable el uso de champús enriquecidos o mascarillas hidratantes, que ayudan a nutrir e hidratar el pelo para que recupere la fuerza y el volumen durante los meses de invierno. El empleo de estos productos, sumado al aumento de la queratinización con aminoácidos, contribuye a frenar el encrespamiento capilar, la sequedad y la falta de brillo provocados por la humedad o las lluvias propias de esta temporada.