Metrosexuales: ¿El nuevo hombre o un dandy edulcorado?

Tiempo atrás, el poeta Charles Baudelaire escribió que un aspirante a dandy debía tener “ninguna otra profesión que la elegancia, ningún otro estado que aquel de cultivar la idea de belleza en su propia persona. Un dandy debe aspirar a ser sublime sin interrupciones, debe vivir y dormir frente a un espejo”.

Del 1800 a esta parte, las artes y formas del dandy se han transformado, tergiversado y edulcorado hasta dar nacimiento al prototipo del hombre del siglo veintiuno: el metrosexual, ese joven urbano, adinerado, preocupado por su estética y por estar al dictado de la moda, conectado con su lado femenino y sin ningún problema en admitirlo.

Dandy y metrosexual se ocupan y preocupan por su apariencia mucho más allá del promedio general entre los hombres. A ambos les gustan las mujeres, pero tampoco se preocupan en confirmarlo: su orientación sexual es irrelevante porque la ambigüedad es parte del juego y se toman a si mismos como objeto de amor y placer. Hasta aquí –aún con dos siglos de distancia-, todo muy parecido.

Pero, para comprender cómo han cambiado las cosas, basta ver que los referentes de la elegancia masculina en el diecinueve eran George «Beau» Brummell, Lord Byron o el mismísimo Oscar Wilde, mientras hoy los ejemplos pivotean sobre personajes como el futbolista David Beckham, el ¿cantante? Enrique Iglesias o estrellas de cine como George Clooney, Jude Lowe y Brad Pitt (guapos, sí, no se puede negar).

Las cosas eran distintas en tiempos del dandismo. Tener dinero y gastarlo en ropa, zapatos y cremas faciales no eran el must del dandy, más preocupado por la elegancia y la pose que por la riqueza, el origen aristocrático o el qué dirán. El dandy no seguía la moda, sino que era creador de tendencia.

La palabra metrosexualidad ya lleva más de diez años de vida. Al menos apareció por primera vez en la web en un análisis que hiciera el escritor británico Mark Simpson sobre los efectos del consumismo en la identidad masculina. Fue el propio Simpson –y ojo que no hablamos de Homero, verdadera antítesis del metrosexual si las hay- quien señaló que se trata de “alguien menos seguro de su identidad y mucho más interesado en su imagen, víctima fácil de la publicidad”. Habrá que creerle, entonces, al padre de la criatura.

david beckham

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